Por Gustavo Trujillo
Convocar a Thomas Mann, Gustav Mahler y Luchino Visconti da como resultado una película prodigiosa que está considerada como una de las mejores obras de la historia del cine.
El tiempo fílmico y la música se atraen, se necesitan, se entrelazan y a veces se repelen, no se trata de filmar el sonido, imagen y música deben ser protagonistas, el cine respeta el sonido y sus tempos porque conoce anticipadamente el destino de los personajes, pero elude ofrecer explicaciones. El tema central de la partitura musical debe expandirse en la pantalla con la expresión de los rostros de los personajes, la riqueza de los sonidos es un velo sonoro que debe desplegarse en el relato para envolverlo por completo, la música intenta abrazar a los personajes, pero no puede penetrar en ellos, porque tanto el cine como la propia música conocen la cualidad indescifrable del alma humana y la partitura musical debe transmitir el dolor de esa incapacidad.
La letanía de cuerdas, metales, maderas y percusiones no deben ser expansivas para no ahogar el sonido de la orquesta, la escritura orquestal debe ser sutil para que los instrumentos musicales se abran paso entre la emoción contenida y el drama que va emergiendo a la superficie gradualmente. En el filo de la emoción la música debe avanzar con aliento incierto pero con pulso firme.
Por su parte el cine debe permitir a la música un diálogo abierto con las imágenes, pero es uno de los retos más difíciles y complejos que pocos directores aciertan ensamblarlos.
La Muerte en Venecia dirigida por Luchino Visconti es la adaptación fílmica de la novela de Thomas Mann, en ella permite a la música de Mahler el mismo nivel discursivo que la propia imagen. En la última secuencia la capacidad verbal de la obra parece desvanecerse, los diálogos han sido desterrados y las palabras han perdido su lugar y su sentido, el Adagietto de la 5a Sinfonía de Mahler permanece como una narradora de unos planos que las imágenes niegan toda vivencia argumental y la música abraza la tristeza de ir viendo el rostro de Dirk Bogarde dar su último aliento.
Es indudablemente uno de los grandes finales en la historia del cine que Visconti permitió que la música de Mahler terminara apropiándose del relato, fue un gesto valiente y en él dejó una gran carga poética, durante unos minutos la historia y el personaje van desapareciendo y solo podemos escuchar la música.
Cada que vemos La Muerte en Venecia es una película que cambia, se expande y duele, pero siempre de forma distinta por el misterio que la envuelve, por sus soluciones plásticas y por la música interna que la conforma, es una película que brilla como un milagro a punto de desaparecer.
Comentarios
Publicar un comentario