A veces, un pueblo, más que su vegetación, su gastronomía o el calor de la tierra, lo define su río y sus canoas. Lo define también la memoria colectiva que sobrevive por generaciones directas de tesoros humanos, quienes dieron colores y años irrepetibles a sucesos que ahora son fragmentos de oralidad, que se reconstruyen y se dibujan cuando alguien pronuncia el nombre de Cecilio Nigenda Molina, por ejemplo, quien murió el 18 de septiembre del 2017.
En estos días, el maestro Cecilio no sólo fue un habitante más de esta localidad cuyo significado es lugar de las canoas, que, de acuerdo al cronista Martín Coronel Lara, fue un pueblo fundado a mediados del siglo XVI, “durante la Colonia fue un punto del Camino Real, que unía la Audiencia de Guatemala con México.
Cecilio, hizo del árbol de Sabino el transporte más utilizado por la región. Hizo nacer de estos árboles más de 30 canoas que luego llevaron el nombre de La Golondrina, La Esmeralda, La mata siete, Dos picos y La Campesina.
Tenía el don de la creatividad y la templanza, puesto que, sin mucho conocimiento, se aventuró a fabricar estos vehículos. Aunque su padre sabía sobre la construcción y elaboración de canoas, don Cecilio no dudó en dejarse llevar por el flujo del Río Grande. Un río que llenó de espanto de agua a su mamá y a su bebé. Se embrocó la canoa en donde viajaba en una ocasión con su esposa embarazada y su mamá. Episodio que comparten sus hijos, quienes recuerdan que su abuela murió tres meses después del incidente, así como el fallecimiento de su hermanito luego de 10 meses de nacido. Fue el río quien les fue secando la vida, mientras el agua seguía su cauce como de costumbre. Un río que reunía a habitantes de otras regiones que tenían como destino ir al 20 de noviembre o a Chiapa de Corzo; un río que fue su casa, su hogar, su risa y su mirada.
Miguel Àngel Nigenda, hijo de don Cecilio, dibuja a su padre con el sol de Acala y la sombra del agua. Refresca su memoria cerca de una estación del río, debajo del puente. Deja que la corriente permita imaginar las 70 canoas que alguna vez transitaron por ahí, en donde se transportaba maíz, bueyes y carretas. Asimismo, iba el gobernador en la parte de atrás, mientras que el palanquero adelante. También viajaban tres personas que se dedicaban a jalar las canoas a su regreso, debido a que era más difícil el transitar.
El tiempo en el Río Grande se diluía. Alrededor de ocho horas duraba el camino para llegar a Chiapa de Corzo, o a veces hasta dos días. Sin embargo, la construcción de la carretera Acala-Chiapa de Corzo, provocó que este medio de transportación disminuyera su uso; así como la construcción del puente en 1994, lo cual, agilizaba el desplazamiento a otras zonas vía terrestre, mismo que acortaba el tiempo de viaje. También, recuerda los brazos del agua, el cual era tan extenso, antes de que se construyera la presa La Angostura.
Miguel Ángel, cuenta que existieron familias que eran propietarios de canoas, por ello, mandaban a curarlas con don Cecilio, quien de manera meticulosa las sellaba bien, para que el agua no los alcanzara y pudieran transitar sobre líneas líquidas. No tenía un lugar fijo para trabajar. Por eso, podían encontrarlo en el paso El Rosarito. Él era un hombre muy sencillo y querido por el pueblo. Le gustaba mucho el pozol. No sólo recibía los buenos días, sino melones o sandías como muestra de admiración y cariño. Andaba a pie. No necesitó de caballos o burros, solo a sus pies que le permitían conocer cada rincón de Acala.
Días antes de fallecer, Cecilio Nigenda fue a visitar una canoa de ocho metros de largo que permanece exhibida desde hace 30 años en una de las colonias de Acala. La madera seca de tanto sol y con grietas del paso del tiempo, es el recuerdo intangible de lo que sus manos lograron hacer por más de cinco décadas. Pese a tener la visión débil reconoció su bote. Se deslizó en él como en los viejos tiempos, guardó silencio, mientras el bote tocaba los pliegues del agua.
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