"A la ciudad física, siempre corresponde la ciudad de la memoria, que al igual que la primera, construimos entre todos con historias", menciona en entrevista Roberto Ramos, promotor cultural, quien nos habla sobre la llegada de las primeras librerías en Tuxtla y lo que se leía en años anteriores.
¿En qué año llega la primera librería a Tuxtla? ¿Quiénes eran los dueños, qué clase de libros vendían y a qué costo?
Una de las muchas historias no escritas sobre Tuxtla, es la de sus librerías. Por ahora no podría contestar con precisión las preguntas sobre las primeras librerías, pero sí puedo decir con seguridad que existió el comercio librero desde fechas tempranas, a juzgar por las colecciones domésticas que se conservan por lo menos de forma parcial. Seguramente tarde pero estoy seguro que hubo en el siglo XIX, tuxtlecos que leyeron Astucia o Los Bandidos de Río Frío por ejemplo, igual que las novelas locales de Flavio Paniagua. Por supuesto, también libros de divulgación de temas científicos, técnicos, políticos, entre otros.
En el siglo XX, hubo una librería en la calle Central Norte, de propiedad de un señor apellidado Benítez, que posiblemente fue una de las primeras en la ciudad, en poder recibir ese nombre. La primera gran producción editorial local con los clásicos de la bibliografía chiapaneca como La Vegetación de Chiapas de Miranda o Los Animales Silvestres de Chiapas de Álvarez del Toro, tuvieron que tener algún punto de venta. Estoy hablando de los años de mediados de siglo pasado.
En Tuxtla, como en toda ciudad pequeña se vinculó el comercio de libros con el de artículos de papelería, a causa sobre todo de la venta de libros de texto. Mi padre, Arturo Ramos Cáceres, fue uno de los primeros libreros. Combinaba la venta de libros con la de periódicos, revistas y papelería en distintos establecimientos como El Correito –en el parque central, desde los años 50- y Cuentolandia, en los 60. Ya fue hasta los años 80, cuando se dedicó únicamente al giro de librería con la creación del Mercado de Libros El Periquillo. Los señores Sánchez, Braulio y Eustaquio, también combinaron la venta de libros con la papelería en El Escritorio. Todavía en El Escritorio Moderno y otros establecimientos de la familia Sánchez se siguen vendiendo libros. Puedo mencionar también la librería ICACH, dentro del pasaje Zardaín, y más recientemente la librería La Ceiba.
¿Tuxtla se caracterizaba por ser un público lector? ¿Qué se leía en ese entonces y quiénes lo hacían?
Mi impresión personal, sesgada como todas y determinada por el oficio de mi familia, me indica que sí había proporcionalmente un mayor público lector en Tuxtla entre los años 60 y el 2000. Recuerdo las tertulias que se formaban entre los intelectuales locales no solamente en Cuentolandia, alrededor de las novedades de libros literarios y políticos, sino también en los cafés como el que se llamaba Queen’s o el Simall. Hubo muchos acontecimientos vinculados a libros. Menciono por ejemplo, la sensación que causó entre el público tuxtleco la llegada de Cien Años de Soledad de García Márquez, seguramente uno de los mayores best-sellers en la ciudad. Fui testigo de las muchas cajas que llegaban por el correo con esa obra por la gran demanda que tuvo. Había un gran público lector entre docentes y estudiantes, entre profesionistas liberales, y aunque parezca raro, entre políticos. En los años 70, veía cómo con frecuencia, un carro con chofer se detenía delante de la librería de mi papá, y de él descendía la entonces primera dama del estado a surtirse de libros.
Para usted ¿qué es una librería y qué aspectos deberían tener?
Para mí una librería es un signo de placer, libertad y debate civilizado. Creo que, a pesar de los pronósticos, no desaparecerá. Una librería ideal para mí es aquella que tenga gran variedad de libros, incluyendo las novedades, y que sea atendida por personas que sepan de libros. Si además tiene otros servicios como cafetería, foro de actos culturales, venta de otros artículos, y más, pues la librería se convierte en un adelanto del paraíso.
¿Hace falta más librerías o lectores?
Siempre harán falta más librerías y más lectores. Su presencia es signo del desarrollo cultural y social de una ciudad. Una ciudad sin librerías no solamente tendrá atrasos básicos, sino no podrá ser considerada realmente una ciudad, aunque sus habitantes sean multitudes. En ese sentido, veo con preocupación la desaparición de la librería Porrúa en el centro, por dos motivos: me parece un retroceso en general para Tuxtla, y un paso más al deterioro de su zona central que se debería ver, porque lo es, como su zona histórica, depositaria de su identidad. Aunque mi sensación es muy personal, y marcada por la nostalgia, sí veo un retroceso entre el nivel de entusiasmo por los libros entre los tuxtlecos de los años 60, 70, 80 y aun 90, y los del siglo XXI.
La decadencia de las librerías privadas y en las instituciones públicas son signo de lo que hablo y es algo relacionado con los niveles educativos y culturales de una población que necesita herramientas ante problemas actuales enormes, herramientas que muchas veces dan los libros y la lectura. Veo en Tuxtla poco interés en la lectura entre estudiantes, que organizan al final de sus cursos el fascista acto de la Quema de Libros, y también entre profesionistas y funcionarios. El desinterés, a diferencia de lo que ocurre en otras partes, no es mayor entre personas con mayor nivel económico. Tengo certeza, que si quienes tienen el poder de decidir sobre cuestiones que afectan a toda la ciudadanía, leyeran más, nos iría mejor. Ahora parece que los libros son solamente objetos de adorno que los interioristas colocan como parte de la decoración sobre mesas y libreros.
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