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Entramado de voces danzantes


Francisco Villalobos, investigador, docente, coreógrafo y bailarín.

Día Internacional de la Danza 2021. Tuxtla Gutiérrez, Chiapas.  


Entramado de voces danzantes. Retrato de una corporeidad,  memoria, archivo vivo y discurso sobre Francisco Villalobos desde la mirada de: Sheila Fornés (Cd. Obregón, Sonora), Aline Martínez (Villahermosa, Tabasco), Gabriela Ruiz (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas) Doretti Cepeda (Ocozocoautla de Espinosa, Chiapas), Quique Ballinas (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas) y Vianey Montoya (San Cristóbal de las Casas, Chiapas). 

De unos años para acá, cada 29 de abril, día dedicado a la danza, me he propuesto, para festejar este día, escribir sobre esta disciplina artística que tanto me apasiona. El año pasado mi texto giró en torno a mi quehacer dancístico; sobre mi historia en el campo dancístico: mis aprendizajes, las rutas y los encuentros con mis mentores, los habitus que transformaron mi corporeidad y las tantas cátedras que revolucionaron mis pensamientos. Uno de los propósitos de este texto fue honrar el nombre de mis mentores, maestras y maestros, quienes amorosamente me formaron y abrazaron desde sus corporeidades en estado de danza, así como de dar cuenta de mis orígenes artísticos. 

Este año quise cambiar la forma de amalgamar las ideas que expresaran la felicidad y la alegría de vivir una vida en la danza. Pensé en escribir sobre las piezas coreográficas y los procesos creativos que he realizado con una pléyade de seres en estado de danza, sin embargo, consideré más rica la idea de leer a quienes dieron vida a esas coreografías, quienes vivieron junto a mí esos procesos que dieron a luz obras como: Mapacha (2019), Carnemente (2019), Vértigo de un Disfunsional (2018), Poemas, construcciones de movimiento (2014), Un cuento para Guillermo (2014),  Ensamble: Alfonsino y el Cadaver Exquisito (2012), Satín Rojo (2011),  Ambulantes (2009) entre otras. 

Me di a la tarea de invitar, a quienes también considero mis maestros, porque con ellos aprendí a hacer coreografía, con ellos exploré y experimenté las fases creativas más armoniosas de mi quehacer dancístico, a que escribieran su experiencia artística y dancística a mi lado.

El tiempo para cocinar este texto fue prematuro, considero que ese fue el factor principal para que fueran pocos los que dieran respuesta a mi petición. Mas quienes dedicaron un tiempo para compartir sus sentires y sus pensares, revelan pasajes de mis aproximaciones pedagógicas, de mis métodos de creación coreográfica, incluso evidencian, con palabras más bellas y concretas, lo que para mí significa vivir en estado de danza.

Aquí les dejo esas voces y esas remembranzas que dibujan y me atrevo a decir retratan la experiencia viva de hacer danza con un servidor. 

Gabriela Ruiz hilvana las primeras ideas:

Mi experiencia de trabajar con Francisco Villalobos fue muy grata. Me agrada como trabaja  el proceso creativo de una coreografía, porqué deja que el bailarín exprese su sentir  y aporte algo en cada pieza coreográfica creada.

Cuando trabajamos juntos, en la pieza Ambulante, allá por el 2009,  iniciamos con una plática sobre diversos temas;  íbamos conversando nuestras experiencias vividas, de ahí, supongo, surgían los temas que quería dar a conocer. Después de esas charlas, comenzábamos con improvisaciones gustosas, para después ir armando la coreografía de acuerdo a la  perspectiva de cada uno;  enfocado en ese tema "ambulantes". Ambos nos entendíamos, porque en ese entonces habíamos llevado talleres y diplomados de las mismas técnicas, con los mismos maestros, podría decirse que tuvimos la misma formación.

Al presentar nuestra coreografía, creo que al espectador le gustaba porqué proyectábamos la buena comunicación y  el buen proceso de creación coreográfica.  Ambos coincidimos en que las personas ambulantes trabajan día y noche para tener un sustento en casa, y que tienen que caminar y recorrer muchas calles aunque su jornada laboral terminé muy tarde, que también ellos tienen sueños y objetivos en sus vidas.

Este proceso de enseñanza que adquirí al crear esta coreografía con mi amigo y hermano en danza Francisco Villalobos, fue un momento de perseverancia, disciplina, porque gracias a la exigencia y continuidad de los ensayos, aprendí cómo el bailarín descubre y da vida a los movimiento y cuando éstos no aparecen, debes seguir intentándolo hasta que te salga sin olvidar aquello que quieres compartirle al público.

Quique Ballinas rememora:

Llegué a la danza con los pies cruzados y el sudor corriendo; no entiendo de perfección ni de grandes piruetas, nunca fue mi intención. Lo que me cautivó de la danza fue su honestidad y mi hambre de gritar. Así, pues, tuve distintas maestras y un maestro: Francisco Villalobos. 

La labor pedagógica de Francisco siempre pensó en el papel del creador y la visceral necesidad de la expresión, más que en la técnica rigurosa; justo ese pensar era el que me llenaba, pues no importaba mi precisión en el movimiento, sino el movimiento y lo que puede contar; esa labor pedagógica de pintar un camino que permite a la persona creadora despojarse de la vanidad y el egocentrismo para permitir al cuerpo movimiento, fue punto clave en mi búsqueda y exploración del movimiento. Mi cuerpo y mi quehacer dancístico nunca estuvieron enfocados en ocupar el espacio con grandes desplazamientos, más bien intentábamos (mi cuerpo y yo) explorar ese espacio; habitarlo en lugar de ocuparlo y la guía de Francisco fue importante para entender mi manera de danzar. 

Tuve la oportunidad de colaborar con él en dos trabajos escénicos; un solo [Un  cuento para Guillermo (2014)] y un ensamble [Alfonsino y el cadáver exquisito (2012)]; del segundo es del que me interesa hablar. En aquel momento me encontraba intentando hilar una coreografía a la que terminé llamando “Alfonsino”, que exploraba un bello recuerdo de mi infancia, de la primera vez que vi el mar y la relación con mi padre. Aun trabajando en esa coreografía, decidí tomar un taller que en aquel momento Francisco estaba por impartir y cuyo resultado final sería una coreografía grupal con las y los participantes de este taller; pues bien, el ejercicio fue un cadáver exquisito en el que todas las personas que participamos pudimos abonar nuestra propia exploración coreográfica para crear un platillo que entremezclaba de manera pertinente cada ingrediente. Fue Francisco quien, con su visión siempre creativa, supo hilar todas nuestras voces para encontrar nuestro discurso como grupo. En este ejercicio no estaban presentes solo nuestros cuerpos, nuestras voces también resonaron en el auditorio el día de la presentación al gritar “¡cabrón!”; este inserto sonoro era parte de la propuesta de movimiento realizada por alguna o alguno de quienes conformábamos ese grupo fugaz y Francisco supo darle espacio en el ejercicio coreográfico de forma tal que sin ese grito se sentía incompleto. 

Así fue el proceso creativo con él: incluyente. No hay errores ni aciertos, solo propuestas; el misterio se resuelve sobre la marcha y habrá aportaciones que no tendrán cabida en el producto final, pero todo tiene sentido cuando se ve la obra terminada. 

Hace ya unos años que no bailo en un escenario, que no me incluyo en una coreografía, todo esto por decisión propia; sin embargo, la danza no se detiene. La búsqueda de mis dedos de la tecla correcta en el panel de la computadora para redactar este escrito, es danza, también. La danza habita en mí como también en Francisco. Si nuestros caminos se vuelven a cruzar y coinciden también la propuesta y las ganas, me encantaría envolverme en un proceso creativo con él de nueva cuenta. No sé si nuestras voces juntas vuelvan a tener sentido, no sé si nuestras necesidades dancísticas vuelvan a coincidir, pero sería interesante averiguarlo. 


Desde Cd. Obregón Sonora, Sheila Fornés nos comparte:

Tuve la dicha de coincidir, muy acertadamente, con el maestro Francisco Villalobos en el año 2014, gracias a un periodo de movilidad académica que me tocó cursar en  Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. Fueron dos materias las que llevé con él: Elementos de la danza y una optativa de producción y socialización artística.

Desde el primer momento pude percibir la gran pasión con la que abordaba los temas en clase, lo cual era realmente contagioso. Siempre propició un espacio de confianza en el que podíamos cuestionar y expresar cualquier opinión, esto contribuyó a que la parte práctica de las clases nos resultara más fácil, soltarnos y dejarnos llevar por las dinámicas que eran maravillosas.

“La danza como un instrumento terapéutico”, fue en sus clases cuando por primera vez escuché esto y pude experimentarlo en carne propia. 

Dejar de tomar la parte “estética” de la danza como protagonista, y sustituirlo por emociones y sentimientos reales, para mí fue totalmente novedoso, pero sobre todo y más importante aún, sanador.

De esta experiencia podría resaltar todo, pues fue aquí donde empecé a ver la danza de una manera diferente, pero el mayor aprendizaje fue conocer el gran beneficio que aporta esta disciplina al ser humano como instrumento de sanación. Saber que todos podemos acceder a la danza, sin importar nada más que tener un cuerpo.

La coreografía que trabajé [en la materia optativa de producción y socialización artística disciplinar: danza],  la titulé “Laberinto” [misma que se enmarcó en el evento Poemas, construcciones de movimiento en 2014] y se trabajó a partir del poema de una escritora Sonorense (de Ciudad Obregón para ser exacta), y de algunas piezas de canciones. 

Se me quedó muy marcada esa sensación de vulnerabilidad, ansiedad, nervios, emoción antes de salir al escenario, y creo que jamás me he sentido tan expuesta pero al mismo tiempo con tantas ganas de contar mi historia. 

Ese día, en ese escenario [de La Puerta Abierta], en aquellos espectadores quedó una parte de mí, salió de mis entrañas algo que debí soltar mucho tiempo atrás. Pero a decir verdad, fue el momento y el lugar correcto.


Elizabeth Hernández expresa lo siguiente:

Tuve la oportunidad de participar en dos piezas coreográficas creadas por su propia mano, Vértigo de un disfuncional (2018) y Carnemente (2019). Ambas piezas son completamente distintas, se me he es difícil escoger alguna como mi favorita, pero con Carnemente pude vivir ese proceso creativo del que siempre nos habló en clases, poder investigar, conocer el trabajo del escritor, interpretar la obra y al mismo tiempo hacerla una con uno mismo, se convierte en algo ameno para el propio bailarín y hasta para el espectador. 

A lo largo de mi experiencia dancística, son contados los maestros que han podido reflejar el quehacer de la danza, mostrar el valor, el respeto y el compromiso por hacer danza día a día, y no verlo como una presentación para un evento escolar/asignatura; o verlo como un pasatiempo. Creo que Francisco Villalobos cumple con esa función, es decir, quienes tomamos clases con él o cualquier persona que esté iniciando y sea su primera experiencia en la danza, se llevará una grata experiencia, porque yo viví en carne propia esa experiencia en la que podemos encontrar esta bella expresión desde la cotidianidad, desde lo que uno conoce y estar en contacto con nuestro cuerpo, con el espacio y el tiempo, porque es una persona que permite el aporte de las ideas y deja que se expresen sus propios alumnos, siempre estará abierto al trabajo en equipo.


Vianey Montoya  nos cuentas sobre Carnemente:

Considero que en la parte pedagógica, Francisco Villalobos, logra conjugar la parte teórica aplicada en la práctica. Su método de enseñanza es muy creativo; nos enseñó quienes fueron los pioneros de la danza, sus aportaciones, las técnicas… en fin, aprendíamos mucho más sencillo así y podíamos ir identificando técnicas o autores.  La experiencia que he tenido con otros maestros dejando a la danza por un lado, la mayoría solo trabaja con la parte teórica y lo máximo que hay es poner ejemplos o algunos videos, con Villalobos, lo llevábamos al cuerpo. 

Es una persona muy entregada y apasionada con lo que hace y lo transmite con todos. 

Recuerdo los ejercicios que nos compartía en clase para conocer a nuestro cuerpo y a nuestra mente, desde la cabeza hasta los pies. Comprendí con él que todo nuestro cuerpo está en constante movimiento y éstos pueden crear algo significativo. Para mí fue de lo mejor descubrir cómo mi cuerpo se conectaba con la música, el ritmo que había y cómo el oído tenía encontrar los tiempos y que resonaran en el cuerpo. 

El trabajo que hicimos con Carnemente, [coreografía que se presentó el 16 de mayo 2019, en el centro cultural independiente La Casa con Alas] me encantó, porque hubo un momento creativo en donde todos participamos y creamos una coreografía. Para mí eso permitió poner en práctica lo que había aprendido durante clases. El profesor Francisco hace que explores tu cuerpo e imaginación, que veas que sí puedes crear algo porque todos tenemos la capacidad de bailar y es el momento de expresarnos y liberar todos nuestros miedos. 

Recuerdo una escena de Carnemente [en la que tenía que leer una carta],  para mí fue muy emotiva ya que yo estaba pasando por un problema de salud en esos momentos y al leer la carta que me escribió el profesor lloré, además estaba triste porque esa  escena la bailaría con el profesor Francisco, pero él se lesionó la rodilla y ya no pudo continuar. Estaba  muy nerviosa, porque de repente se te olvida algo, ya sea un paso u alguna intención que se involucra con este proceso, pero al final te das cuenta que así es el proceso creativo y si no lo intentas  y no experimentas entonces no hiciste un buen proceso creativo. 

Quiero terminar diciendo que Francisco Villalobos es una persona muy entregada como ya había mencionado, además que todos sus trabajos son increíbles, el me inspira mucho y sé que tiene mucho por dar.

Tengo muy presente las sesiones en las que trabajábamos el reconocimiento del cuerpo, los movimientos orgánicos, que hay tres cosas que están conectadas que es el tiempo, el espacio y el movimiento, hay que ser expresivos y sentir lo que estamos haciendo, disfrutar y que no nos demos por vencidos.  A mí me ayudó mucho, porque yo sentía que no podía hacer más y creo que todos nos demostramos que somos capaces de crear y transformar.


Doretti Cepeda nos habla de los encuentros más recientes:


En 2019 bailé Mapacha, de Francisco Villalobos, fue presentada en la FIL UNICACH. Fui Shalo [el personaje protagónico de la novela Shalo. La generala (2019), de Amín Micelli]. Siempre sentí mucha responsabilidad, quise siempre adentrarme en ella, y si un día lo veía el mtro. Amín, viera a su personaje. No sabía que nos vería en esa presentación, pero desde que la presentamos, creo que fui todo, me sentí llena, disfruté el estar ahí y en otra época también. Y bailar con usted, maestro Villalobos, fue la experiencia más grata que he tenido. Me sentí muy afortunada. 

También, no olvidaré, que mientras bailábamos, el mtro. Micelli estaba al frente,  y entonces lo miré, lo miré tan profundamente diciendo aquí estamos, mire lo que escribió. 

En ese momento en que fui Shalo, lo más lleno de significado y vida, sentires para todos, fue contar con esa increíble literatura e investigación al respecto. Además de contar con un maestro lleno de poder, de empatía, saberes y experiencias, que en su conjunto hacen una persona plena y de mucho saber a la vista del estudiante/bailarín, y vemos lo anterior en el movimiento mismo. 

Durante el proceso creativo de Mapacha, sentí mucha confianza y emoción, en ocasiones también temor de no poder, o saber si era lo correcto pero sabiendo que la construcción era de mucho disfrute y nuevas formas de aprendizaje, para con la danza. 

Leer el libro, saber lo que se quería expresar, y lo que yo comprendía, era un gran proceso creativo y de aprendizaje para todos. Fui muy feliz en ese proyecto y me encantaría volver a participar en él. Además de llegarme al corazón, ya que el escritor es Coiteco, el coreógrafo Chiapaneco, y todos haciendo desde nuestro lugar, era algo demasiado para mí. 

Sin embargo, desde el primer momento conociéndolo y tomando clases, me transmitió mil enseñanzas, me ha impulsado a seguir el camino de forma más sentimental, de forma seria y divertida también, y la importancia de la investigación y construcción de proyectos y vida misma; me provocó el querer investigar más mi movimiento, así como realizar proyectos a partir de textos, películas y música. 


Cierra este entramado de voces la bailarina tabasqueña Aline Martínez, quien profundiza de forma amorosa en lo siguiente:


Haber trabajado con Francisco Villalobos, significó constancia, transformación y salir de mi zona de confort. Sin duda el interpretar la pieza coreográfica “Mapacha” en noviembre del 2019 dentro de las instalaciones de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, me aportó una faceta dramática que no conocía de mí, el poder encarnar el papel de “Shalo” una señorita que fue tratada de manera insignificante y que después en su adolescencia, sería una persona bastante coqueta, fue para mi persona un parteaguas. 

Su trabajo me parece brillante, se ve que ha trabajado con muchos bailarines y que él mismo fue y es ejecutante, pude notar las diversas ramas dentro de la danza que ha empleado en su cuerpo, y al momento de comenzar a montar una coreografía le da un significado a cada movimiento, nada es porque sí o porque se ve “estético”, todo tendrá una relación importante con la historia, con lo que quiere decir. Me gustó ejecutar movimientos diferentes a lo que veo dentro de la licenciatura en danza (CEUNACH).

Yo dividiría su modo de trabajo en tres partes, la primera sería la parte de investigación, en la cual en ese entonces fue el libro de “Shalo” escrito por Amín Micelli, es poder fraguar esta idea completa dentro de nuestro ser hasta discernir el contexto sociocultural. La segunda, sería la exploración con diferentes técnicas, sirviendo esto a modo de calentamiento, mucha caída y recuperación, rebotes, giros, movimientos de transición energéticos y también extensión. Y, por último, el montaje coreográfico.

Recuerdo esas tardes en Tuxtla Gutiérrez llenas de calor y mucho sudor, solo pensaba en una cosa: otra vez. Francisco Villalobos es una persona que deja ser al bailarín, siempre presionando, pero de una manera en la cual hacía que yo misma me pidiera más, pensando que todo el tiempo podía hacerlo mejor que la vez anterior. Fueron días muy cansados, pero fructíferos, las repeticiones abundaban y los tiempos musicales eran tan adecuados, que no podía “comerme” ni un solo paso o descansar entre las frases y secuencias. Y claro, después de lo vivido, volvería a trabajar con él.

Podría decir con mucha certeza que ha cambiado mi forma de crear coreografía y mi corporeidad va de la mano con lo que expreso.


Hasta aquí queda, en esta celebración del DID 2021, el retrato que de mí hacen mis compañeros y compañeras de esta vida en estado de danza, sé que se escapan algunas voces, pero también sé que se escucharán en otro momento. Sirva, pues, este texto, como búsqueda y con miras a formular un registro de mi quehacer, para dar cuenta del devenir de la danza en nuestra entidad a las futuras generaciones y recordar, además, la presencia de quienes dan vida a nuestras piezas coreográficas: LOS BAILARINES. 


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