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Nico, el músico

Acompañado de una grabadora y un micrófono, Nicolás Guzmán hace música con el tambor y una armónica. Él llena de notas y de historias las principales calles de la ciudad capital.

Sentado, con las piernas dobladas, se recarga la mitad de su cuerpo en la pared de algún comercio. Sus zapatos desgastados, apenas se alcanzan a distinguir a metros de distancia.

─ Pues bueno, vamos a comenzar, escucharemos música ─dice en español, omite por un rato a su lengua tzeltal.

El sonido del tambor recorre a una o dos cuadras de donde él se encuentra, los transeúntes buscan de dónde viene el sonido y quién lo ejecuta.  Nicolás, canta:
 "Cielo azul, cielo nublado, cielo de mi pensamientoooooo...", mientras los carros avanzan y tocan claxon.

Con la mano derecha golpea al tambor que permanece recargado en su pierna izquierda, rompe el pensamiento de quien camina, distrae a la niña que avanza mientras le pide a su mamá una moneda para el músico.

Mientras que  la mano izquierda detiene su micrófono que está conectado en su pequeña grabadora [envuelta en una bolsa de nailon y trapo] donde regula el sonido; y con la armónica sostenida también por esa mano, le sirve como apoyo para que sus labios le den acorde a la melodía.

El traste blanco y pequeño, donde le depositan monedas, está sujeto a la suerte, de la estadística aleatoria, del promedio de personas que pasarán por esa calle en día de quincena. Con la cabeza asiente  cuando le dan alguna moneda, dando las gracias, sin dejar de cantar.

Nicolás Guzmán, no sólo es conocido por esta ciudad, sino por diversos municipios, que saben de él y de música.

"Salí a la edad de ocho años de mi pueblo natal: Tenejapa. Mi mamá murió cuando yo tenía dos años; mi papá, cuando yo tenía siete. Primero llegué a San Cristóbal de Las Casas, después viajé a Comitán de Domínguez, ahí viví por muchos años".

Alrededor de 35 años ha viajado. Tiene como escenarios las calles de los municipios donde se establece por algún tiempo: San Cristóbal de Las Casas, Comitán de Domínguez, Villaflores, Cintalapa, Margaritas; y la Mesilla.

La oscuridad de la noche de  su tierra natal comienza a desaparecer de su cabello. Nicolás señala que la habilidad de tocar el tambor o algún instrumento lo aprendió desde muy pequeño y que inició esa gran travesía de música con un güiro y maracas.

−Primero compré mi cassette. Poco a poco le agarré a la movida, y de puro oído aprendí el tono de la canción. Ahora ya domino bien la música, nació de mi corazón, dicen que es un don que yo toque  −cuenta , mientras sus ojos diminutos parpadeaban, como si a través de pequeños flashazos reconstruyeran parte de su vida.

El músico con  su lengua castellanizada, sostuvo que, es importante aprender el español, para comunicarse y sobrevivir. Pero que a él nadie le enseñó, sino que observaba cómo hablaban las demás personas, y empezó a repetir a las palabras: después todas se le vinieron a la mente.

−No me he olvidado de mi lengua, cuando llego a mi tierra hablo en dialecto. Acá, las personas nos observan, cuando hablamos en dialecto, piensan que uno está inventando alguna palabra o agrediendo.

Él menciona que a comparación de otros, que también piden dinero en las calles, no sólo pasa el día “estirando la mano”, sino tocando los instrumentos para brindar alegría a los ciudadanos:

−Algunos se detienen a observarme, a preguntarme quién me enseñó.

Y aunque está lejos de su tierra, comenta que sabe que no debe ser grosero con las personas, porque si actúa de esa manera nadie lo va a querer.

Sonriente, apunta, que cambiar de posada o rentar en muchas casas, lo hace sentirse bien, porque se divierte conociendo otros pasos, otras noches, otros  cielos. Las estrellas las ve más cerca o flacas, dependiendo en qué árbol se encuentre.


−No tengo hijos, y nunca me casé. Lo que gano me sirve para vivir, y para comprar mis instrumentos. Tengo tres tambores y un platillo; güiros y maracas.

—¿Los policías lo han tratado mal?

— Nunca me han tratado mal. Bueno, en San Cristóbal, sí. Intentaron levantarme, entonces yo les dije que tengo derechos. Siempre cargo un documento, una carta de recomendación, por eso no pueden levantarme. ¡Tengo derechos!
Acá en Tuxtla Gutiérrez, soy bien conocido. La colonia donde vivo es la Antorcha Campesina. Andaba con los licenciados, con la gente, con quienes hacen plantón en el centro, y me dieron un lugar, un sitio con luz y agua.
Sabes, a veces los policías se ponen a mi costado, escuchan mis canciones, no me hacen nada.

“Otro trabajo”

Cuando sus instrumentos descansan, él trabaja como electricista, dice que domina un poco ese oficio, y que puede trabajar toda la noche haciendo una instalación de luz, "por eso, la gente lo admira".

Asimismo, cuenta que lo contratan para asistir en convivios, y se acompaña de sus tres tambores y el platillo. Nicolás Guzmán canta [dependiendo el tiempo que lo contraten] desde géneros rancheros, romántico y cumbias:
 
—El 10 de mayo me contrataron, y como saben que no me niego, acepté, me pagan por eso.

El músico dice poder cantar todo el día, porque la música es felicidad. Su horario de trabajo inicia a partir de las 10:00 horas. Se instala en diversas calles del centro de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y al término de su labor, antes de llegar a su casa pasa al mercado, se "echa una vuelta".

 A las 15:00 horas llega a su casa, y en el transcurso de la tarde espera un nuevo día, ensaya quizás canciones de sus artistas favoritos: Antonio Aguilar y Vicente Fernández, para que, a la mañana siguiente, se convierta otra vez en "uno", en el sonido de la población.

Entrevista realizada en el 2014.

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