Fernando Híjar/Promotor Cultural
Ahí están los cuatro caifanes, (el Capitán Gato, el Mazacote, el Azteca y el Estilos) tramando alguna jalada, como dicen ellos, para seguir haciendo vaciladas, echando desmadre, para divertirse y gozar cobijados bajo el manto de la noche defeña en los años sesenta.
Buscan el desahogo, el ansiado clímax, el pecado-purificación, que por cierto nunca llega. Los caifanes están parados al lado de una fuente en el corazón capitalino (nombrado pomposamente, desde hace algunos lustros, como Centro Histórico de la Ciudad de México, la fuente es parte del conjunto arquitectónico de la Plaza de la Santa Veracruz, que se encuentra a espaldas de la Alameda Central; en lo que fueron dos grandes casonas que la custodiaban, en la actualidad se han convertido en El Museo Nacional de la Estampa y en El Museo Franz Meyer; a dos o tres cuadras se encontraba el legendario Salón México, ahora transformado en La Nana un espacio cultural de avanzada) acaban de salir corriendo, aprovechando un altercado entre un cliente y un payaso-malabarista, del Géminis acudido cabaretucho de variedades o “cabaret de barrio” como lo nombra Paloma, el personaje femenino principal de este film. No sólo se van sin pagar, sino que se embolsan botellas de brandy San Marcos mismas que aparecen en el fotograma que ilustra este artículo.
Tres de los caifanes ven fijamente al líder, el Capitán Gato, que en varios momentos de la película regaña, apacigua y ordena, tiene en su mano derecha una moneda que va a decidir el rumbo que tomarán los cuatro caifanes y sus dos acompañantes, el arquitecto y su prometida, pareja que pertenece a la jai, “niños bien” dirían algunos y otros simplemente los tacharían de burgueses. Atrás, del lado derecho de la imagen, apenas perceptibles, se encuentran unas coronas funerarias que darán pie para internarse en un episodio más de estos enigmáticos personajes.
También aparecen unas palomas blancas que están posando en los caifanes, como no hay mayor indicio sobre el porqué de las palomas, uno puede suponer muchas cosas: ¿fue un desliz o un capricho de director?, ¿una libertad que se tomó el guionista?, ¿una puntada de alguno de los actores?, ¿una idea del camarógrafo?, ¿la pureza de los caifanes?
En fin, se pueden suponer muchas cosas. Pero no es nada de esto, parece ser que la presencia de las palomas (y la del restaurante El Paraíso) formaba parte de una serie de secuencias oníricas de corte surrealista con influencia de Buñuel y Fellini sobre deseos inconscientes de los caifanes, en algunos momentos de la película tímidamente se hacen presente éstas influencias. Según el periodista e historiador Juan Solís que tuvo acceso al guión original, en éste se describen escenas que no vemos en la película donde los caifanes, excepto el Estilos, empiezan a tener sueños ocultos, así los llama Solís, en el momento en que el Capitán Gato lanza la moneda al aire. No sabemos si estas escenas no se filmaron o no se incluyeron en la versión final hecha para el público.
El film Los Caifanes, fue dirigida por Juan Ibáñez, el guión lo realizó el mismo director y Carlos Fuentes, la música de Ballesté y Vilchez, la fotografía de Fernando Álvarez Garcés. Los caifanes en el orden que están en el fotograma son: Sergio Jiménez, Eduardo López Rojas, Ernesto Gómez Cruz y Oscar Chávez. Los personajes Jaime de Landa y Paloma, caracterizados por Enrique Álvarez Félix y Julissa. Carlos Monsiváis aparece fugazmente como un santaclós trasnochado, briagadales y gritón.
La historia de la película es bien conocida, una pareja de la clase acomodada, por azares del destino, se embarca sin querer en una serie de aventuras nocturnas con los cuatro caifanes. Como es de esperarse, después de cierta convivencia a regañadientes, surgen continuos choques y discusiones, conflictos de clase dirían algunos, entre los caifanes y Jaime, arquitecto presumido, prepotente y racista; a diferencia de él, Paloma se muestra más receptiva a lo nuevo, a lo desconocido, para ella todo es un mundo lleno de misterios y se deja llevar a lo que viene, a lo que disponen los malandros, inocente y cachonda a la vez, representa para los caifanes un luminoso objeto del deseo.
Los Caifanes es una película fuera de serie, significó todo un hito, un parteaguas en la cinematografía nacional de aquellos años, fue uno de los largometrajes más comentados y aplaudidos por la crítica, por intelectuales de todo tipo, por conocedores y diletantes, pero sobretodo, lo más importante, tuvo una aceptación inmediata y la hicieron suya amplios sectores de la sociedad chilanga.
Existen múltiples vetas para abordar esta película, como: la trayectoria tanto en el cine como en el teatro del director Juan Ibáñez (Buñuel en el libro Mi último suspiro se refiere a Ibáñez como “nuestro mejor director teatral”); la elaboración del argumento cuyo contenido principal fue de Carlos Fuentes y es considerado uno de sus trabajos guionísticos más importantes y prestigiosos; las excelentes actuaciones de los actores-caifanescos, todos ellos formados en las compañías del Teatro Universitario y del Instituto Nacional de Bellas Artes; la espléndida actuación de Julissa y la acertada caracterización de Enrique Álvarez Félix; los premios y reconocimientos que obtuvo; los personajes secundarios; las trabas, obstáculos y la cierta censura de que fue objeto y llevó a que se estrenara el 12 de junio de 1967 en el Auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, antes de que circulara por el circuito comercial; el recibimiento del público y las críticas de la época; el contexto social y político en que se produjo; el momento artístico y cinematográfico, sus influencias y antecedentes; el análisis de cada personaje y lo que representan; las locaciones, que han sido objeto de estudios sobre el México de aquella época; el lenguaje caifanesco, el caló, la jerga defeña, el totacho, los giros idiomáticos y dobles sentidos, el albur, en una escena Paloma pregunta que significa caifán, Jaime se apresura a contestar que es un pachuco, el Azteca lo corrige y dice un caifán es “el que las puede todas”, y en otra, la misma Paloma exclama “que divino hablan hasta parece otra lengua”; el acertado entretejido de las frases cultas de Paz, Bécquer, Santa Teresa, Quevedo, entre otros, que se alternan con el lenguaje florido de los caifanes; el soundtrack y los temas que interpreta Oscar Chávez.
Existen trabajos de crítica cinematográfica y ensayos que ya han abordado algunos de estos puntos, sin embargo resultaría saludable que se retomaran y surgieran otros con perspectivas diferentes, con narrativas actualizadas de sus contenidos, ya que en dos años
más se cumplirán los cincuenta años de esta imprescindible película.
El personaje siempre presente es la noche, esa abierta y a la vez inabarcable escenografía: la Ciudad de México y su vida nocturna, calles, avenidas, fuentes, plazas públicas, cabarets, taquerías, callejones, funerarias, vecindades y los residentes que le dan vida y la fecundan noche tras noche.
La noche es larga
Tuve la fortuna de escuchar el canto de Oscar Chávez durante el movimiento del 68, y en otros eventos y festivales en las tres décadas siguientes, también me hice de una buena cantidad de sus discos, desafortunadamente conservo muy pocos de ellos, las continuas mudanzas, “préstamos” y otras circunstancias que no quiero mencionar, hicieron que disminuyera mi colección.
En 1987 participé en la coordinación colectiva de las jornadas Una flor por Nicaragua y la paz en Centroamérica, en esa campaña de solidaridad conocí personalmente a Oscar Chávez. Dos años después Modesto López me propuso trabajar en la empresa independiente Discos Pentagrama que grababa, producía y difundía sus fonogramas, esto me permitió conocer a fondo la trayectoria de este artista sin igual.
Cuando en alguna ocasión platicaba con el trovador Marcial Alejandro, coincidimos en que habría que inventar parámetros diferentes con los que se mide a un artista: Oscar Chávez, al igual que escritores como José Revueltas, sencillamente “se cuecen en otras ollas”, afirmaba Marcial. En esos años escribí el texto de su primer disco compacto en esta compañía: Oscar Chávez, 25 años con el canto, en el planteaba que “su canción siempre acompaña a las causas sociales más justas del pueblo mexicano” ahora, en el 2014, sigue refrendando esta posición con su firme apoyo al movimiento zapatista.
También llevé a cabo un trabajo de investigación y compilación de documentos para lo que sería un libro de su vida, se reunieron un sin fin de artículos, semblanzas, testimonios, ensayos y entrevistas de destacados intelectuales, artistas y periodistas.
Una selección fotográfica que abarcaba varias épocas de su vida, una discografía completa y comentada, carteles, programas de mano y otros materiales de sus presentaciones. Desafortunadamente por diversas razones se pospuso su edición y no salió a la luz. En ese tiempo escribí varios artículos sobre este artista para revistas y secciones culturales de periódicos.
En mayo de 1994, en la revista El Parián, elaboré el texto: Oscar Chávez, El Caifán Mayor (esta revista yo la editaba y usaba el seudónimo de Leónidas Ortiz Grimaldi) donde comentaba la trayectoria, discografía (en ese entonces sumaban 85 discos grabados, 12 colectivos y 19 que produjo a otros artistas) y las presentaciones en el Palacio de Bellas Artes en 1992, para conmemorar 30 años de actividad artística, con este mismo motivo se publicó un cancionero con temas de su autoría y de otros compositores.
Habría que actualizar su amplia y diversa discografía, sumando los títulos: Canciones de Guanajuato, Los tangos prohibidos, Cantos ferrocarrileros, Las canciones de la guerra civil y resistencia española, Oscar Chávez, Chiapas, entre muchos otros. Un ejemplar de El Parián lo regalé al periodista y promotor cultural Ernesto Márquez que retomó el título de mi artículo para alguna de sus colaboraciones y posteriormente otros lo han hecho.
A la par de todo lo anterior fui partícipe, junto con un puñado de agraciados, de las rutas nocturnas-bohemias del Caifán Mayor. Sin temor a equivocarme Oscar era de los pocos, que han sido tocados por las divinidades y guardianas de las noches, que conocía en serio la vida nocturna de la Ciudad de México. En esas desveladas que duraban toda una noche, por lo regular terminaba la farra en el restaurant-bar Noche y Día, se llamaba así porque nunca cerraba, y era frecuente encontrar ahí a personajes de todo tipo. A cualquier lugar adonde llegáramos, los meseros y sus jefes invariablemente conocían y saludaban a Oscar.
A los pocos minutos arribaban a nuestra mesa mujeres y hombres que lo apreciaban o que su presencia los atraía: productores, artistas, periodistas, conductores de televisión, músicos, trovadores, poetas y escritores (por lo regular no afamados), gente de la farándula, habitantes que hacían su vida al interior de los antros (seres de la nocturnal) y hasta políticos. Y no faltaban aquellos que andaban en el reventón y al reconocerlo se acercaban para entablar alguna plática.
Oscar a todos les daba su lugar, como debe de ser, excepto a los que se pasaban de copas, con el Estilos siempre había que mantener el estilo. Una de las acepciones de caifán es el que cae bien, siendo una derivación de la mezcla del español y el inglés (del lenguaje de los pachucos de la frontera y de Los Ángeles en los años cuarenta) de las palabras: cae-fine; Oscar en este sentido es un verdadero caifán, un Caifán Mayor, infunde respeto y admiración.
Hace unas semanas Oscar Chávez llenó, por 17 años consecutivos, el Auditorio Nacional, en entrevistas que concedió a medios aseveró que muchos de su generación partieron antes que él, de los que participaron en Los Caifanes se mantienen Julissa y Ernesto Gómez Cruz y reveló que en el próximo mes de marzo cumplirá 80 años. Oscar Chávez es reacio a homenajes y celebraciones, sin embargo esta fecha hay que realizar un fandango memorable, como corresponde a un artista de su calibre.
Las noches del Caifán Mayor ya no son las mismas, ahora son otras, son diferentes, muchos espacios que frecuentaba ya desaparecieron del paisaje nocturno, sus moradores son otros…pero como dijo el Capitán Gato: La noche es larga caifanes.
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