¿Qué es la
realidad y la fantasía?, ¿qué diferencias existe entre el sueño y la vigilia?,
¿somos libres, somos gente que transita en el tiempo?, son algunos de los
cuestionamientos que se hace la pieza postdramática “La Divinidad del Monstruo”
de Marabunta Teatro, que se presenta en el foro autogestivo Telar Teatro.
La Divinidad del
Monstruo, fue escrita, dirigida y actuada por Héctor Cortés Mandujano. Cuenta con la
participación de Dalí Saldaña, en la iluminación; de Nadia Carolina Cortés
Vázquez, en el diseño del maquillaje y vestuario; de Octavo Garage, en la
musicalización; y el diseño de Juventino Sánchez Vera.
El montaje inicia con
oscuridad profunda, lo cual produce un efecto de ensueño o vigilia. Ello
(Héctor Cortés Mandujano), es un monstruo de cara pálida deshaciéndose, que
surge desde la oscuridad del escenario cargando un espejo.
Aparece primeramente
de manera sensorial. Su voz, es la encargada de aperturar la escena citando el
Evangelio según los Egipcios, en donde se dice que la muerte prevalecerá
mientras se tengan hijos. Luego escucha las respuestas de Él (Alfredo
Espinoza), quien porta una camisa manga larga beige, y, desesperado trata de
adivinar de quién proviene esa frase: ¿Sócrates, Salomón, Jesús, Buda,
Krishnamurti, Confucio…?
Apenas una luz cenital
cae sobre el rostro del Ello. Tiene una personalidad fuerte y cínica, sitúa a
los espectadores en una alegoría de la caverna de Platón, en donde la trama es
mostrar y cuestionar cómo Él percibe su mundo, un mundo que configuró y que
convirtió en su propia representación, pues como lo comenta Ello, la realidad
que ve, es la realidad que su cerebro es capaz de darle.
La escenografía es
minimalista. Toda la atención del espectador está en los actores. La silla es
la única utilería que sirve como un elemento de vinculación que cambia su
significado conforme avanza la trama.
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“No se trata, que
te quede claro, de estallar en el grito bíblico sobre dónde encontrar la
sabiduría. Ya no. El hombre que lo preguntaba y su receptor son ahora sólo
leyendas ambiguas, controversiales…”, dice el Ello, que igual para Freud, es la
instancia psicológica que representa el instinto y los deseos.
El Ello se acerca
más al proscenio durante la trama y se apoya de unos espejos que reflejan toda
la decadencia y la malicia del ser humano. Este personaje es totalmente lineal,
no hay giro dramático ni sorpresas en el montaje. Al contrario, mantiene su
propia psicología, destaca su presencia en el escenario, se muestra seguro al
abordar temas filosóficos.
Como el retrato de
Dorian Gray de Oscar Wilde, el Ello muestra lo más horripilante de un sujeto,
es el rostro el encargado de reflejar la aberración de un ente. Sabe responder,
sabe burlarse de la vida y de la muerte, porque lo ha comprendido todo.
En cambio, Él,
hace un crecimiento gradual por cada escena, pasa del ser temeroso a una
persona que comienza a cuestionarse, a reconocer sus debilidades, a verse como
es: un mamífero pensante, un animal que ha sido domesticado y masificado; un
animal que teme, y teme de sí mismo. Sobresale su manejo corporal, su dominio
en el escenario. Sin duda, esta obra le ha permitido crecer a Espinoza, quien
lleva más de cinco años en la escena teatral. En esta pieza, le
agrega al personaje un momento de movimientos de expresión corporal, ligados a
la danza electrónica y contemporánea, mientras se escucha la Canción polifónica.
La temporada, que fue
estrenada el viernes 17 de enero en Telar Teatro, tendrá como últimas funciones
los días 14 y 15 de febrero, en un horario de 20:00 horas. Rompe con los
esquemas y las propuestas escénicas que se generaron el año pasado en la
entidad chiapaneca. Para esta segunda década del siglo XXI, el dramaturgo
Héctor Cortés Mandujano, propone un montaje de tintes sensoriales, y de
elementos de ciencia, filosofía, psicología, religión y literatura.
Es pues, el
alejamiento de temas recurrentes del año pasado en la escena chiapaneca. El
dramaturgo apostó por los cuestionamientos existenciales; habla de la muerte, del
tiempo, de la vida, de los miedos, de la realidad, de la verdad y
de las debilidades del ser humano, que son transportados en esta pieza de
duración de 45 minutos. Sin duda, deja al espectador un extenso vacío y
preguntas que cada uno intentará o no darle respuestas y aceptar a su monstruo
o su sombra, como dice Jung.
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