Por:
francisco Villalobos
Invasión
Coreografía
e interpretación: Mauricio Castillo.
Teatro
Francisco I. Madero.
Tuxtla
Gutiérrez, Chiapas.
Mayo
de 2022.
¿Qué
puedo decir de una pieza coreográfica que, en lo profundo, no sólo refleja una
verdad y una creencia que atormenta a un cuerpo ontológicamente bello? Quizá
podría comenzar adulando al intérprete, por la maestría con la que se movió en
el escenario, o por el manejo sutil y cadencioso de la tela alicrada de su
playera.
Sobrevuelan
en mi mente un sinfin de imágenes, pero
la más contundente es la de la espera, de la angustiante espera, del vaivén
interminable de los dedos aligerados, del cambiar de lado una y otra vez, para
propiciar, en la realidad, el milagro de la curación. Lo anterior quizá suceda
porque la ficción de la danza mueve energías que edifican desde el amor; y creo
que desde ahí compone Mauricio Castillo, joven talentoso y estudiante de la licenciatura
en danza, del Centro de Estudios para el Arte y la Cultura (CEUNACH), de la Universidad
Autónoma de Chiapas (UNACH).
Su
formación dancística ha sido sui generis, va desde el folclor
escénico, pasando por la danza urbana, los bailes populares que amenizan las
fiestas de XV años, hasta llegar al género contemporáneo, en este último parece
que explota en brillantez, porque se permite utilizar todos los recursos
acumulados en su cuerpo y darles vida en una pieza que, como pudimos observar
en Óntico Horizontes Coreográficos producto
de la unidad de competencia Guión
Escénico que imparte la maestra Yulma Serrano, trastoca su propia
intimidad, para darle voz a quienes se han quedado sin ella.
Por
otro lado, sería pertinente desenvolver cada capa conceptual que acompañó al
movimiento, una reflexión sobre los tumores y el cáncer, enfermedades metáforas
que evidencian un profundo dolor, resentimiento secreto que lleva a la
futilidad. Asimismo, es importante destacar el trazo espacial que nos llevó al
mundo de esas minorías, que rezan, se esconden, maldicen y padecen, porque son
carne. Cada desplazamiento estaba cargado de intención. Las caídas, los
alargamientos, las puntas definidas y los brazos fuertes, hicieron una pieza
redonda, con unidad, claridad y coherencia, un discurso bien logrado, me atrevo
a decir, gracias a la experiencia.
Finalmente
eso es lo que empatiza, lo que logra integrar al contenido y al continente de
una pieza artística, es decir, Castillo se volcó en la pieza y logró con ello
llenar cada movimiento, cada gesto y cada momento de reposo con su voz, una voz
poética. Y, aquí voy de nuevo, a adular
al coreógrafo/intérprete, cuya dramaturgia no se limitó a la fisicalidad y al
virtuosismo corporal, sino que trascendió hacia los rescoldos de su alma
infantil tan lacerada y ese es su mayor triunfo, configurar una pieza desde los
adentros, para llevar al vilo a la corporeidad en estado de danza.
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