Por Gustavo Trujillo
Hollywood es el nombre de una zona de Los Ángeles, California, donde viven las majors que fabrican los blockbusters, pero fundamentalmente es el nombre de un dispositivo comercial e ideológico global.
La producción cinematográfica de todo el mundo se mueve por un conjunto de factores económicos, ideológicos y mitológicos definidos por Hollywood, aunque sigue siendo la meca del cine porque es el principal lugar de producción cinematográfica, pero no es el único, compiten muy de cerca el gigante chino Alibaba y el monstruo hindú Reliance.
En los próximos años su enemigo no será el Covid-19 sino el medio ambiente, su huella de carbono es ya equivalente a la de la industria aeronáutica, y promete crecer en forma desmedida.
Además, la industria del cine ha heredado muchos onerosos vicios de los antiguos sistemas de producción y exhibición, no solo el excesivo consumo de lujos y de las evasiones fiscales, en las últimas décadas del siglo XX se han agregado la absorción enfermiza de millones de litros de bebidas azucaradas y toneladas de comida chatarra, se ha probado que los países con más instalaciones de multi salas, entre ellos México, es donde porcentualmente hay más hipertensos, diabéticos y obesos.
Esa industria del cine moldea y empobrece nuestros recursos mentales y emocionales y ha sabido crear su paraíso en el infierno de los cinéfilos.
Lo anterior no significa la desaparición del cine sino la dominación monopolista y la economía que le asocia.
El verdadero cine habrá que aislarlo de la gastronomía para que sea el refugio introspectivo, pero también la representación tangible de lo onírico. LA SALA DE CINE TIENE UN PODER TRANSFORMADOR, tiene algo de catarsis y también algo de liberador, la pantalla opera como un espejo invertido.
El cine representa tanto una vía de escape como el espacio de la felicidad, el mundo soñado o el idealizado, muestra la dualidad entre la realidad y la ficción, el cine es una quimera, una demostración de cómo el subconsciente es capaz de vampirizar la narrativa convencional, pero fundamentalmente el cine marca el poder tóxico y manipulador de las imágenes.
Hay que inventar otras formas de ser, de hacer y de ver cine.
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