Uno nace con el oído atento, con el oído cercano a los murmullos peregrinos de la boca del tiempo. Uno nace con la raíz de sus ancestros, con el ritmo del tambor y el carrizo golpeando dentro de los latidos del corazón. Y se crece, y se va llevando en el paso el peso de una flor que aromatiza el sudor de los hojeros de Suchiapa. Y los días se acumulan, cuentan uno, cuentan dos, cuentan tres... Los pasos que son pequeños apenas afloran con la primavera. La tradición apenas es una tierna sonrisa que refresca la frente del hojero que se aliviana de la carga. El cerro del Nambiyugua, se hace de hijos que dicen ser los hijos del tiempo. La cultura es una semilla que crece y perfora el talón, los ojos, las manos y el esqueleto que han de cortar año tras año la flor de espadaña. Nacerán los hijos de los caminantes, se harán de soles y lunas, guardarán la palabra, la música, el silencio y la belleza del paisaje que sólo los continuadores conocerán, porque de ellos es el trazo d